Que nunca le falten tus brazos

Todavía hay gente que suelta perlas como: «No la cojas tanto, que se va a acostumbrar a tus brazos». Eso ya de recién nacida. ¿Hola? ¿Desde cuándo es malo acostumbrarse al AMOR?

Un bebé cuando nace, nada más salir del útero, ya busca desesperadamente el calor de la madre que lo ha gestado. Su olor, su voz, su protección. Somos así de animales, es una cuestión de instinto. Se ha pasado 40 semanas mecido por tu cuerpo, sin tener que luchar por la comida ni que preocuparse por nada. En todo momento ha estado arropado y nunca, nunca, se ha separado de tí. Por eso lo que hay que hacer por encima de todo es cogerlo, abrazarlo, piel con piel, para que sepa que vas a seguir acunándolo y meciéndolo como cuando estaba dentro. Que no le va a faltar de nada porque vas a estar ahí.

Este sentimiento tan fuerte de protección es una de las cosas que más recuerdo de los primeros momentos de ser madre. La necesidad imperiosa de transmitir a mi hija que yo la quería proteger, que estaba en un lugar seguro. Por eso esa primera noche juntas, aquella que nunca en la vida voy a olvidar, pese al dolor que sentía por la cicatriz que partía mi cuerpo en dos, me la puse encima y dormimos abrazadas. Sintiéndonos la una a la otra. Reconociéndonos «al otro lado de la piel» (como canta Tànit Navarro), pues ya llevábamos bastantes meses juntas. Y desde esa noche no nos hemos separado aún, y que dure.

 

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Entre juego y juego, momento teti

 

Ya llegará ese momento en que no quiera mis brazos. Y cuando llegue echaré de menos esas manitas que me buscan de la forma más pura y sincera. Esa vocecita que ha aprendido a decir «Mama» para llamarme. Esa piel finita que me va acariciando mientras mama. Esa cabecita que encaja a la perfección en mi hombro cuando la apoya.

Pero mientras eso no suceda: la cogeré siempre que quiera. La abrazaré todo lo que pueda y más. Y la besaré. Y disfrutaré sintiéndola cerca, sabiendo que ella también me tiene cerca a mí. Y la llevaré pegadita a mí en la mochila, mientras oye los latidos de mi corazón. Y acudiré a su llamada cuando llore, o cuando quiera simplemente que esté ahí. Y le cantaré todo lo que me cantaba mi madre, y mi abuela Lola. Y le contaré los cuentos que me contaba mi padre. Y buscaré la luna para enseñársela, como hice con el Jose tantas y tantas noches, en esos momentos que quedan para siempre en mi memoria.

¿Por qué? Pues porque es lo que me sale hacer como madre. No me sale hacer otra cosa. Es puro instinto. Y porque quiero. Y porque no creo que esté perjudicando a mi hija. Porque yo también he sido criada con todo el amor del mundo y no por ello tengo ningún problema de relaciones derivados de ello (Indira de hecho es una personita bastante independiente, y muy, muy sociable -bastante más que yo! jaja!-). Y porque no hay nada mejor que despertarse y ver la carita sonriente de tu hija. La evidencia científica, para los incrédulos, lo ha demostrado: el bebé debe dormir cerquita de su madre.

¿Acostumbrarse a los brazos? Dar amor nunca puede ser malo. Negarlo, sí.

 

Y mientras tanto Indira… Lleva dos días que cuando duerme por la mañana o por la tarde, es decir, cuando no estamos ni su padre ni yo en la cama, la ponemos en su cuna. Hemos tenido un par de sustos (se ha caído de nuestra cama) y no queremos correr riesgos. Durante el día, en la cuna. Por la noche, con los papis. Y todos contentos y, sobre todo, seguros.

Por cierto, me muero de amor al contaros que antes de ayer Indira me dio un beso por primera vez. Se paró el tiempo. La llevaba en brazos. De repente me miró muy seria y acercó sus labios a los míos y nos fundimos en un tierno beso. Momentazo. ¡Este también lo guardo para mi memoria! 🙂 🙂

 

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