Una de las ideas con la que más nos bombardean a las mujeres desde pequeñas es el concepto de buscar un príncipe azul como objetivo en la vida. Encontrar a esa persona perfecta que nos salvará de todos los males y nos llevará a una vida de lujo y esplendor y … bla, bla, bla. Ejemplos de ello son algunas películas Disney (afortunadamente con estrenos como Frozen o Vaiana están mejorando los valores), series de televisión o películas ñoñas y cursis de sábado por la tarde.
Dejando de lado que se da por hecho que buscas un hombre y se invisibilizan otras formas de amar (¿qué deben pensar las niñas si lo que le gustan son las princesas?), que no necesitamos a nadie que nos salve (¿tenemos o no tenemos independencia económica y social?), en la vida tenemos otros objetivos que van mucho más allá de encontrar el amor ideal para completarnos: estudiar, querernos a nosotras mismas, crecer, equivocarnos, caer, levantarnos, disfrutar, ensuciarnos, comer, compartir, leer, descubrir… la lista es interminable.
Pues bien. Supongo que si tienes edad para leerme sabrás a estas alturas que el príncipe azul no existe. Ni el verde. Ni el amarillo. Y si aún no te has enterado: deja de buscarlo.
Mi pareja Xavi no es mi todo. Tiene un montón de defectos, como los tengo yo. Es un desordenado («luego lo recojo»), un impuntual, su parsimonia y calmachicha haciendo las cosas llegan a desesperar, a veces (solo a veces) no me escucha, cuando se levanta necesita 3 horas para activarse… Pero tiene otras mil cosas que me encantan. Algunas de las mejores son que ama mis imperfecciones, me hace reír, me respeta, me anima a superar retos y miedos, me apoya en mis decisiones, tiene un corazón de melón enorme, se desvive por mí y por la familia de 5 que hemos creado y sus abrazos reconfortantes saben a «casa». La cuestión es esa, que aun sabiendo que no hay medias naranjas ni cursiladas varias, la persona que tengas al lado equilibre la balanza hacia lo positivo. Que todo lo bueno compense lo menos bueno. Si no es así, sigue tu camino.

Hace muchos años mi madre me regaló La princesa listilla, de Babette Cole (Ediciones Destino, 1990); fue el suvenir que me trajo de unas jornadas feministas. En él una princesa vive feliz con sus animales y no quiere casarse porque no necesita a ningún apuesto príncipe. Es una lectura recomendada e imprescindible para educar en la igualdad, lejos de los estereotipos de género.
Antes de ayer, Sant Jordi, me acordé de ese cuento y de otros que también tengo (como Rosa caramelo) y que guardo como oro en paño para cuando Indira sepa leer, pues paseando entre rosas, libros y declaraciones de amor, vi títulos como Les princeses també es tiren pets (Ilan Brenman), La Gal·la surt de la ratlla (Joan Turu) o Santa Jordina (Inés Macpherson) que me hicieron pensar en que aunque hay todavía mucho camino por recorrer, algo está empezando a cambiar.
Y mientras tanto Indira… Está relajada en la alfombra de juegos mientras mira una y otra vez (y toca, y lame, y mueve, y tira…) los cuentos que le regalaron para Sant Jordi los papis, los abuelos Xaro y Jose, y la tieta Laia! 🙂